Rothko and sagrantino
Patricio Tapia
Julio 15.2019

“¿De qué es capaz el arte? ¿Es que puede captar el ruido blanco de la vida cotidiana? ¿Es que es capaz de lograr conectarnos con las emociones más básicas que nos convierten en humanos? Extasis, angustia, deseo, terror.” Quien habla es Simon Schama, historiador y mente tras la imprescindible The Power of Art, una producción de la BBC que resumió la vida de ocho artistas, desde Caravaggio a Rembrandt; de Turner a Picasso.
La pregunta que se hace, sin embargo, pertenece al quizás más potente episodio de toda la serie, el último capítulo dedicado a Mark Rothko, el pintor ruso nacionalizado norteamericano, pieza clave en el movimiento de Expresionismo Abstracto de la post Segunda Guerra Mundial, un grupo de artistas, todos basados en Nueva York. Pollock, Kline, De Kooning y, por supuesto, Rothko.
La narración (brillante) de Schama se basa en el encargo que la gigante Seagram le hizo a Rothko en 1958, una obra monumental para decorar el primer piso de su recién inaugurado edificio en Nueva York. Allí estaría el restaurant Four Seasons y la obra de Rothko sería expuesta en esas grandiosas paredes, mientras los más adinerados de la ciudad comían. Nada de eso sucedió, por supuesto. Rothko sencillamente no soportó que su arte fuera algo meramente decorativo allí donde “los malparidos más ricos de Nueva York se van a alimentar y a mostrarse.” Se dice que alguna vez exclamó, medio borracho, en un bar.
Desde un punto de vista económico, esa decisión podría haberse considerado estrafalaria. O valiente. El encargo sería pagado con treinta y cinco mil dólares, algo así como dos millones y medio en la actualidad. Sin embargo, hacia 1958, Rothko ya era considerado el artista vivo más importante de Estados Unidos y, junto a Pollock, las dos figuras claves en el arte moderno en el mundo. Su problema no era el dinero. Además, hoy esos dos millones y medio, suenan hasta como ganga. Los cuadros de Rothko se venden en subastas por diez, veinte veces ese precio.
El dinero no era el tema. No lo fue ni lo es ahora. “Uno no pinta para estudiantes de diseño ni para historiadores, sino que para humanos. Y la reacción en términos humanos es la que más satisface al artista.” dijo Rothko. Qué podría hacer la obra intrigante, profunda, oscura de Rothko, allí colgando entre los “hijos de puta ricos de Nueva York. Les arruinaría el apetito.”
Echen un vistazo a sus cuadros, los de esa época. Placas de colores, generalmente de tonos similares, que se funden unas con otras. Bloques tan enigmáticos como potentes, pero potentes si te acercas, si ves con cuidado cómo se funden en una abstracción tan críptica que, al menos a mí, me ha costado años en entender… y a medias. Pasas minutos frente a ellas y esos bloques rojos, marrones, azules comienzan a transmitirte cosas, te transportan, te mueven. Y cuando pasas a la siguiente sala en el museo, ellos te siguen, te acompañan. Pueden ser hipnóticos, claro. Pero esa sería una forma demasiado sencilla para describirlos.
Rothko me recuerda a la baga, al sagrantino. Vinos hechos de uvas recias, potentes; vinos que en un comienzo te hacen chocar contra una pared. En mi primer viaje a Umbria, mi garganta quedó destruida, mi lengua invadida por bárbaros disfrazados de taninos. ¿Cómo cresta alguien puede beber eso? Lo mismo me sucedió en Bairrada con la baga y, quizás, algo similar me ocurrió con el tannat, esos duros y monolíticos tannat de los suelos calcáreos y arcillosos de Las Violetas, en Canelones, Uruguay. Vinos que te exigen, vinos que te demandan atención, rothkos que te hacen preguntar qué mierda es lo que hay tras esos rectángulos que se disuelven en otros; qué es lo que existe justo antes de que se disuelvan: ¿Cascadas, ríos, montañas o sólo colores mutando en otros colores?
El mundo que le tocó vivir a los expresionistas abstractos era un mundo de contradicciones horrendas, tal como quizás es el nuestro. Por un lado, el fantasma reciente del holocausto, Hiroshima, Corea. Por el otro, el advenimiento del consumismo con sus latas de Coca Cola, abiertas con chispas por amas de casa felices y magníficas en su alegría, refrigeradores, tostadoras, tiendas de departamentos. Rothko, al otro lado de la vereda, quería que su público, el público sensible, abierto (el público perfecto que no existe) se diera cuenta de lo que estaba sucediendo, que se conectara con las emociones básicas, las buenas y las que estremecen.
En 1970, las obras destinadas al Four Seasons de Park Avenue, finalmente fueron embaladas y viajaron hasta el Tate Modern en Londres, donde aún están, donde aún no han perdido nada de su fuerza. Ese mismo año, Rothko se suicidó en el baño de su taller, en el Midtown de Manhattan, apenas a unas cuadras del edificio de Seagram.
La baga de Bairrada, el sagrantino de Montefalco, el tannat de Las Violetas, con los años ya no ostentan esa fuerza descomunal de su juventud, las ansias, ese ímpetu. Sin embargo, la fuerza sigue allí, las murallas de cemento, permanecen intactas. En un mundo fácil, Rothko puede ser la respuesta a muchas de nuestras preguntas esenciales.
PD: aquí va el link del capitulo de Power of Art dedicado a Mark Rothko. Echen un vistazo: https://www.dailymotion.com/video/x1ay5lv